No soy cronista de espectáculos, y mucho menos un crítico. Cuando voy a escuchar a Dino Saluzzi
y quiero escribir algo me queda en claro que no soy un profesional porque no
puedo hablar de lo que vi y lo que escuché. Sólo puedo hablar de mí y de lo que
me pasa.
Un concierto de Saluzzi, es casi un encuentro religioso. Un
espacio donde los que no vamos por primera vez y los debutantes nos encontramos
en una comunión de silencio y emoción.
Desde el escenario sale el lazo que te atrapa y te lleva a
recorrer sensaciones y emociones. Algunas desconocidas, otras cercanas a tus
vivencias. Y es por eso que me gusta ir yo solo a escucharlo. Porque temo que
el conocido me hable o intente hacerlo, porque me reservo el derecho de sonreir
o de emocionarme hasta las lágrimas sin tener que explicarme con nadie.
El concierto de ayer en el Café Vinilo, fue otro de los
viajes a los que nos tiene acostumbrados el maestro. Esta vez formato de trío,
con José María Saluzzi (su hijo) en guitarra y Martín Saluzzi ( su sobrino),
hijo de Felix, en bajo y contrabajo. Este formato si bien lo había escuchado en
Responsorium, nunca tuve oportunidad de hacerlo en vivo que permite además
escuchar versiones en este formato de otros temas de Saluzzi y otros
compositores.
Las versiones de anoche, porque las canciones de Saluzzi
evolucionan con el tiempo hacia otras formas, fueron una paleta de colores y
texturas que son completamente inusuales en la música actual y que creo que es
lo que en particular me emociona y sorprende de sus temas, porque aunque los
haya escuchado mil veces no sé cómo van a seguir cuando los toca en vivo.
Creo que puedo esbozar una explicación de lo que me pasa en
esos conciertos y es que todo lo que ocurre sobre el escenario es un profundo
acto de amor, por lo que se toca, por los autores que recorre y sobre todo
entre ellos que son tres grandes músicos que se aman y respetan.
Poco más puedo decir, todo lo demás me queda debajo de la
piel y no puedo contarlo.
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